09.02.2016 | Article de Sonia Fuertes, vicepresidenta d’ECAS, publicat al web de la Fundació Salut i Comunitat.

La historia de Robert Örell no nos deja indiferentes. Tal y como podemos leer en la entrevista que le realizaron para New York Times, se vinculó muy joven, prácticamente adolescente, a grupos neonazis en su país de origen, Suecia. La adhesión al White Power, nos explica, le dio una identidad, una forma de vivir y unas relaciones con las que compartir valores, aficiones y posiblemente frustraciones en un momento vital difícil. Gran parte de su identidad se vertebró en torno a la confrontación con el resto, a la oposición frontal a cualquier forma de organización social que contemplara la diversidad. Esta historia, tan humana, tan cercana, es por otra parte una historia que se nos presenta hoy de triste actualidad. La radicalización de la identidad, la búsqueda de identificaciones monolíticas, la soledad, el miedo.

Örell dirige hoy la organización Exit cuya finalidad es justamente la de promover la desafiliación a este tipo de movimientos y que lo hace no sólo acompañando a aquellas personas que quieren desvincularse sino también posibilitando espacios de encuentro entre jóvenes que les interpelen como miembros activos de nuestra sociedad, les animen a la participación y les den herramientas y canales para la expresión de sus inquietudes.

Tuvimos oportunidad de escuchar a Robert el pasado día 29 de enero en las jornadas sobre Ejecución Penal e Innovación que ECAS, la Fundación Bancaria la Caixa y la Generalitat de Catalunya (el Departament de Justícia y también la TPS) organizaron en Barcelona. No fue esta la única experiencia que se presentó. Cuatro experiencias europeas más sirvieron de hilo conductor a un tema que era el eje de nuestro interés, el desistimiento[1] entendiendo este como aquel proceso que favorece que una persona deje de delinquir (desista) y vea la práctica delictiva como algo alejado de su modo de vida, sus valores, sus relaciones.

Este tema, el desistimiento, es un tema conocido para muchos profesionales de la acción social, más allá de las teorías criminológicas. Y lo es especialmente para aquellos que hemos dedicado parte de nuestra vida profesional a temáticas donde lo que se pone de relieve es el poder operar un cambio, como lo es por ejemplo el ámbito de las adicciones. Hemos acompañado en muchas ocasiones a personas que parecían querer ese cambio aunque sus actuaciones en ocasiones lo desmintieran. Y también a personas que parecían alcanzarlo pero no podían sostenerlo. Y hemos visto como muchos de ellos y de ellas un buen día, sin que aparentemente hubiera ocurrido algo especial, ese cambio se operaba y se consolidaba.

¿Qué podemos aprender de todos esos procesos? ¿Qué nos ayuda a cambiar? ¿Qué nos impulsa? Y, mejor aún, ¿qué nos sostiene? Probablemente no es un movimiento continuo o ascendente sino fragmentado, de tiempos desiguales. Es un proceso donde se combinan fragilidad y fortaleza. Y no es un movimiento simple sino complejo, por su riqueza, por sus matices, por su carácter tan universal y singular a un tiempo. Y por eso nos intriga, nos sorprende y queremos saber más.

Sabemos que los factores que intervienen son variados en su significación para cada uno de nosotros. Una pérdida, una crisis, una relación, un interés nuevo. En cada caso puede operar una de estas circunstancias como determinante, o más de una, o quizá no podremos apuntar ninguna en especial. En cualquier caso, hay un momento donde se instala la sensación de que no podemos continuar tal y como éramos. Porque algo se ha movido y ya no nos podemos eludir. Porque es en nuestra propia piel donde ya no nos sentimos cómodos.

Y ese tránsito ha de ser acompañado porque no somos si no somos con los demás. Y no hablamos sólo de un acompañamiento especializado. Nuestra identidad cobra su sentido en el seno de una comunidad, se constituye en ella y en ella proyecta su sombra.

Es por tanto desde la comunidad amplia desde donde podemos acompañar ese cambio. En diferentes niveles de concreción, desde la mirada macro de la responsabilidad política hasta la respuesta de la comunidad próxima, incluyendo actuaciones profesionales y también relaciones personales, ofreciendo espacios para resignificarse.

Y en ese camino vuelve a ser crucial nuestra capacidad de entender lo ajeno como algo que nos es también propio, algo que en algún punto también nos compete. Sólo así, la historia de los demás, la historia de Robert Örell no nos deja indiferentes.


[1] 'Desistance' en inglés

 

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