26.11.2018 | Article d’opinió de Sonia Fuertes, presidenta d’ECAS, al diari Público
Por increíble que hoy nos pueda parecer, La ciudad no es para mí fue una de las películas más taquilleras de la década de los 60. Los valores que encarnaba, propios de la época, y su estilo de humor –que ridiculizaba la figura del “paleto”— nos resultan, afortunadamente, lejanos y cuestionables. No obstante, su éxito se debió sin duda a la manera de trazar, a modo de caricatura, un retrato de la dicotomía entre el universo rural y el urbano enfatizando aquellos aspectos de la ciudad que parecían más inhumanos y superficiales, al tiempo que deificaba la vida en el pueblo. Nada nuevo en el imaginario de la época.
Aquel escenario tiene poco que ver con la urbe actual, más cercana a las de Lost in Translation o Blade Runner, por seguir con las referencias cinematográficas, que a las ciudades del denominado desarrollismo. El último informe sobre urbanización mundial publicado por la ONU concluye que en el año 2050 la población de las metrópolis podría llegar a constituir el 68% del total, 2.500 millones de personas. Habrá núcleos urbanos donde vivirán más de 10 millones de habitantes; megaciudades al estilo de Tokyo, Delhi, Nueva York o Estambul.
Es por lo tanto lógico que se multipliquen los debates en torno a la ciudad desde diferentes perspectivas. En octubre de 2016, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Declaración de Quito sobre Ciudades y Asentamientos Humanos Sostenibles para todos, documento que sirve de base para la elaboración de las diversas agendas urbanas y que entronca directamente con el objetivo 11 de la Agenda 2030: alcanzar Ciudades y Comunidades Sostenibles (seguras, inclusivas y resilientes).
El ámbito de la acción social no es ajeno a este debate y reivindica, una vez más, el protagonismo de la ciudadanía y su necesaria participación en el diseño de las políticas de ciudad. La tarea es amplia y de diverso signo, desde la defensa de políticas que favorezcan el acceso a vivienda pública y eviten la denominada gentrificación, hasta medidas que acompañen el envejecimiento de la población. Sin obviar cuestiones como la soledad en las grandes urbes o la posibilidad de plantearnos una renta de ciudad. Retos que deben complementarse con la utilización de las herramientas que tenemos a nuestro alcance, desde la tecnología al urbanismo, al servicio de la ciudadanía, de modo que contribuyan a hacer de nuestras ciudades espacios para todos sin excepción, accesibles y con perspectiva de género.
Nos espera un año en el que la ciudad será, sin duda, protagonista. Las elecciones municipales contribuirán a ello y los análisis políticos que apuntan a la ciudad-estado como solución por su capacidad de incidencia y proximidad tomarán fuerza. Existe el riesgo de que lo hagan también las lógicas excluyentes centradas en la seguridad con el fin de contrarrestar el empuje de la construcción comunitaria, pero la apuesta por la coproducción de políticas públicas cuenta con buenos aliados.
El tercer sector social tiene mucho que decir al respecto, no solo por su experiencia y conocimiento, sino también por el deseo compartido de hacer posible que todas y cada una de nosotras sintamos que la ciudad es nuestra.