07.07.2013 | Article de Dolors Colom Masfret, Treballadora Social Sanitària, publicat a The Economy Journal.com

¿Qué ha aprendido usted, amigo lector / amiga lectora, de esta crisis? Si la respuesta es «Nada», tenemos un problema. ¿En qué ha contribuido usted a generar esta crisis? Si la respuesta es «En nada», tenemos otro problema. ¿Qué cree que está en su mano para ayudar a salir de la crisis? Si la respuesta es «Nada», los problemas empiezan a germinar. Y para terminar, ¿qué está haciendo, desde sus pocas o muchas posibilidades, para ayudar a salir de la crisis? Si sigue respondiendo «Nada», los problemas han enraizado.

Alguien se preguntará, ¿qué pinta aquí el trabajo social? Ayuda a ganar perspectiva y a alcanzar soluciones individuales y comunitarias. En España, el trabajo social es aún una profesión poco conocida; muchos ven a sus profesionales como los que dan recursos. Craso error. El trabajo social es una de las profesiones que intervienen para que las personas no pierdan su identidad, su autoestima, su dignidad y su poder de ciudadano, ayudándolas a desarrollar procesos internos y fortalezas para desarrollarse. Veamos los cambios que van a liderar…

Primer cambio: Los trabajadores sociales recuperarán su papel de agentes de transformación y promotores de servicios porque disponen de información –social, sanitaria, psicológica, económica laboral, demográfica, etc.— para, aplicando el método científico, relativizar y contextualizar las dificultades y necesidades de las personas y sus familias. Ello les convierte en un excelente apoyo para las autoridades políticas y los responsables de instituciones a la hora de analizar los programas de ayuda que deben desarrollarse y someterlos periódicamente a evaluación.

Aceptando que hay diferentes grados de responsabilidad, es preciso mover el foco hacia uno mismo –como ciudadano, como padre, como hijo, como profesor…— y, asumiendo el rol que haga falta, dejar de proyectar todas las culpas de lo que ocurre en el otro, que a su vez las proyectará sobre otro, y así sucesivamente.

Sin embargo, la realidad se ha tornado mísera. Las necesidades son acuciantes y muchas personas se encuentran bajo el imperio del hambre, del frío, de la falta de vivienda. La falta de respuesta de las instituciones, o las limitaciones en la respuesta que dan, están llevando a la sociedad civil a organizarse para ayudar a las personas que lo necesitan. La historia se repite, los mayores lo saben bien, y esa es la fortaleza de la comunidad: su capacidad de organizarse para ayudar, desde la generosidad y el altruismo, a los miembros más golpeados por la crisis. La pérdida de estatus lleva al debilitamiento psicosocial y a la autoexclusión, y eso no puede permitírselo una sociedad sana. Desde el trabajo social se ayuda a las personas a recuperar su estatus y a no debilitar su presencia en la sociedad, porque una persona es persona con independencia de su capacidad económica y de sus estudios. Hoy son los otros quienes necesitan ayuda, pero mañana seremos nosotros. Todos somos parte de un todo, como rezaba un spot sobre la contaminación de la Tierra hace unos años: «Si usted no es parte de la solución, es parte del problema».

Segundo cambio: Las personas deberán dejar de ser sujetos pasivos y asumir roles de personas activas. Los trabajadores sociales ayudarán a transformar las pasividades individuales en acción. Serán, además, junto con las propias personas, responsables de la buena utilización de los recursos disponibles.

Los trabajadores sociales, apoyados la mayoría en el método científico, llevan más de un siglo liderando modelos sociales para que las personas sigan siendo dueñas de sus vidas, aunque en un momento determinado necesiten algún tipo de ayuda. Lo que ha puesto de relieve esta crisis es que nadie escapa a la necesidad de ayuda ni está a salvo de las dificultades que pueden surgir en un momento dado. Nadie es nadie. Esta crisis está sirviendo para poner de relieve la vulnerabilidad del ser humano.

Lo explicó muy bien en 1905 Samuel G. Smith en una conferencia sobre «Estándares sociales». Al describir cómo puede afrontar un gobierno o una comunidad los problemas derivados de la pobreza, la pérdida de estatus y la enfermedad, Smith apuntó dos grandes líneas de pensamiento crítico. La primera es la de quienes ven la miseria, la pobreza y la precariedad como una realidad estática e inamovible que afectará para siempre a las personas. Si ese es el enfoque, la respuesta es únicamente la caridad. La otra es la de quienes, desde una visión dinámica, ven la pobreza y la precariedad como circunstancias temporales y creen que, con la ayuda adecuada, las personas pueden superarlas. En ese caso, la respuesta pasa por promover el trabajo social.

Tercer cambio: los trabajadores sociales generarán conocimiento a través de investigaciones y evitarán la servidumbre a las ideologías dominantes. El método científico es objetivo, las ideologías son subjetivas.

Desde el trabajo social, lo genérico, lo plural, debe acotarse a lo singular, a lo concreto. Ello significa contextualizar, en este caso, la crisis en cada persona y en cada comunidad. Alguien dirá: «Pero cada persona es distinta, no se puede bajar al terreno de lo individual, eso es imposible». Pues es precisamente bajando al terreno de lo individual que se puede ayudar a la persona dentro de sus circunstancias y realidades, y convertirla en parte activa de su recuperación. El cirujano en su mesa de operaciones encuentra a la persona a la que va a intervenir, no a una comunidad. Interviene a una persona con un ataque de apendicitis, no a todas las que lo padecen a la vez. El trabajo social individual actúa sobre la persona; el trabajo social familiar actúa sobre la familia; y el trabajo social comunitario actúa sobre la comunidad. Cada método tiene su fin.

Cuarto cambio: Se ayudará a las personas de modo que no queden diluidas en las estadísticas que las etiquetan. Cada persona es ella mima con sus circunstancias, y como tal cabe verla y atenderla. Si basamos las ayudas sociales en las circunstancias y no en cómo éstas afectan a cada persona, estamos poniendo en riesgo una parte del Estado del Bienestar a la vez que tratamos a la persona como un sujeto plano sin vida psíquica propia. Toda circunstancia supone vivencias distintas, se manifiesta de formas distintas. Los trabajadores sociales refuerzan las posibilidades de la persona y desarrollan su capacidad para superar sus obstáculos concretos. Cuando a la persona parece fallarle todo –y en estos momentos son muchas las personas y familias a las que les falla todo—, la realidad se torna insoportable. Pero, además de cubrir las necesidades básicas desde entidades sociales, se debe evitar que la persona rompa los hilos que la vinculan a los suyos, a su comunidad.

¿Por qué son los trabajadores sociales quienes liderarán nuevos modelos de ayuda? Porque en su centro de gravedad están las personas y sus posibilidades, no los problemas ni las circunstancias.

Quinto cambio: El trabajo social dejará de confundirse con los servicios sociales y, a la vez, dejará de asociarse al sector público. Su acción recae en las personas con dificultades y en su capacidad de afrontarlas, y ello se da en cualquier ámbito y en cualquier clase social.

El Estado del Bienestar no está en la raíz de la crisis. El problema es el uso y el abuso que algunas personas individuales y algunas entidades, con la complicidad de profesionales sin escrúpulos, han hecho del Estado del Bienestar. Los trabajadores sociales, eso sí, tenemos la responsabilidad y el reto de demostrar los beneficios sociales que genera el Estado del Bienestar. Porque ello, estaremos de acuerdo, no es una cuestión de fe.

 

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