12.03.2012 | Reproducció de l’article publicat avui al suplement ‘+ persones’ d’El Periódico.
Desigualdades en tiempos de crisis
Acabamos de commemorar el 8 marzo con numerosos actos y celebraciones para recordar que es el día de la mujer trabajadora. Preferiría que esas iniciativas no tuvieran lugar, pues su existencia significa que todavía nos encontramos en una sociedad que no respeta los principios y valores de equidad en relación a la mujer. Por ello se debe recordar al menos una vez al año, para conseguir un cambio que no termina de llegar. Si en algún momento no es preciso celebrar dicha jornada, significará que hemos alcanzado la normalidad: la verdadera igualdad y el disfrute de los mismos derechos que los hombres.
Los datos estadísticos nos muestran que estamos inmersos en pleno vendaval de crisis y que la fuerza del viento se está llevando por delante gran parte de lo que creíamos haber conseguido. Nuestro joven Estado del Bienestar se debilita y empieza a hacer aguas por todas partes. Ha habido un antes y un después en el que pocas cosas continúan siendo válidas. Los retos logrados que creíamos para siempre hoy se cuestionan y ya no tenemos claro si en los años venideros los podremos mantener. En ese contexto, ¿cómo evolucionan los principios de igualdad y equidad?
A título de ejemplo, un par de referencias. La primera es que el estado español es el país europeo donde más ha aumentado en el último año el diferencial entre el 20% de la población más rica y el 20% más pobre, lo cual refleja una sociedad cada día más dual. Y, cumpliendo el refrán “a río revuelto, ganancia de pescadores”, hay un sector de población que, sin ningún escrúpulo, aprovecha el momento para enriquecerse y sacar el máximo beneficio individual, mientras otros tienen cada día mayores dificultades para cubrir las necesidades básicas de su familia. La segunda referencia, que por ser conocida no es menos dolorosa, es el incremento de la tasa de paro: de nuevo ostentamos el número uno en Europa, lo cual significa que nuestro país no ha sido capaz de generar actividad económica y que la obsesión por la austeridad nos está llevando a la más absoluta pobreza, con más del 50% de nuestros jóvenes sin trabajo ni perspectivas de futuro.
En este contexto –que no deseo que parezca, como dice el profesor Niño Becerra, la descripción de un año muerto— me gustaría comentar cómo ha evolucionado la situación de la mujer trabajadora y hasta qué punto la equidad, que todos predican, se aplica en la cotidianidad de nuestras empresas y organizaciones. Si hablamos de salarios, un libro recientemente publicado por la experta en políticas de género Sara Berbel analiza algunos datos que nos muestran que la brecha salarial en nuestro país es una realidad palpable: las mujeres cobran de media un 18,5% menos que los hombres. Pero si nos fijamos en los sueldos de las categorías directivas, el procentaje diferencial aumenta hasta alcanzar el 50%.
Según un estudio de Eurostat, las mujeres europeas han de trabajar 53 días más que los hombres para conseguir el mismo sueldo, y otro elemento que nos puede ayudar a comprender el nivel de desigualdad existente es la bajísima presencia femenina en los consejos de administración. La comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, propuso a las grandes empresas firmar un acuerdo voluntario para conseguir que la presencia de mujeres en los consejos de administración alcanzara un 30% en 2015 y, al cabo de un año, solo 24 empresas lo habían cumplido.
Si miramos la composición del conjunto del personal que trabaja en el tercer sector, constatamos que aproximadamente un 70% son mujeres, mientras que en cargos de dirección solo representan el 30%. Y otra diferencia significativa la encontramos en el tipo de contratación laboral: un 66% corresponde a contratos parciales de mujeres. Sin ánimo de ser exhaustiva con datos que podrían llenar varias páginas, sí deseo subrayar que la crisis actual ha acentuado todavía más las diferencias existentes. Hoy son más evidentes las desigualdades sociales, culturales, sexuales y económicas que nos está conduciendo a una sociedad desequilibrada, donde los derechos subjetivos se encuentran cada día más amenazados y donde aumenta la vulnerabilidad y el riesgo de fractura social.
La desigualdad de género no deja de ser un factor más que ha empeorado con la crisis. De la misma manera que en tiempos de bonanza no fuimos capaces de reducir significativamente la pobreza y hoy vemos como nos muestra una cara cada día más cruel y dolorosa, en el ámbito de la mujer tampoco supimos impulsar medidas a favor de la igualdad de oportunidades cuando la ocupación y los recursos eran abundantes. Hoy las mujeres tienen serias dificultades para entrar en el mercado laboral y a menudo se ven relegadas a la economía sumergida, que alcanza porcentajes de presencia femenina superiores a los del resto de Europa.
Una sociedad igualitaria es aquella en la que todos somos ciudadanos: hombres y mujeres con los mismos derechos y deberes. Si consiguiéramos hacerla realidad, no sería necesario recordar un 8 de marzo del silgo XIX en que un grupo de mujeres murieron por defender sus derechos.